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Vigesimocuarto domingo del tiempo ordinario (A)

17 de septiembre de 2017

TEXTOS BIBLICOS PARA LA LITURGIA EUCARÍSTICA

Lo que todos los días pedimos en la oración del Padre Nuestro, lo hacemos hoy oración litúrgica universal. Las motivaciones para perdonar se encuentran en el comportamiento del Padre, en l solidaridad con Cristo que nos hace a todos hermanos y en el recuerdo de la alianza y sus caminos. Nuestra oración del Padre Nuestro en la misa de hoy tiene que ser, más que nunca, cristiana.

ORACION

Oh Dios, fuente del amor. Tú que has mostrado a este nuestro mundo, aquejado de divisiones y luchas, el camino del perdón y de la reconciliación, haz que nosotros, como seguidores de Cristo, sepamos aceptarnos mutuamente, dando así testimonio de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

PRIMERA LECTURA: Si 27:30-28:7

La primera lectura nos recuerda la coherencia que ha de existir entre el perdón que pedimos o recibimos de Dios y que otorgamos a quienes nos ofenden.

SALMO RESPONSORIAL: Sal 130:3-4, 8; 13, 11-12

R/ El Señor es compasivo y Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

  1. Bendice al Señor, alma mía
    Alaba todo mi ser su santo nombre.
    Bendice, alma mía, al Señor.
    Y no te olvides de sus beneficios.. R/
     
  2. El perdona todas tus ofensas,
    y te cura de todas tus dolencias.
    El rescata tu vida de la tumba,
    Te corona de amor y de ternura.. R/
     
  3. Si se querella, no es para siempre,
    Si guarda rencor, es sólo por un rato.
    No nos trata según nuestros pecados
    Ni nos paga según nuestras ofensas. R/
     
  4. Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra
    Tan alto es su amor como los que te temen.
    Como el oriente está lejos del occidente
    Así aleja de nosotros nuestras culpas. R/

 

SEGUNDA LECTURA: Rm 14:7-9

Decir que Cristo es nuestro Señor significa vivir para El; olvidar nuestros propios deseos y hace siempre la voluntad de Dios.

 

Aleluya Jn 13:34

Aleluya, aleluya.

Os doy el mandato Nuevo: que os améis mutuamente como lo os he amado dice el Señor. Aleluya

 

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Mt 18: 21-35

Pedro expresa una duda presente en el corazón de muchos cristianos: ¿no es necesario poner un límite al perdón? ¿No existe el peligro de ser “demasiado misericordiosos” con nuestras hermanos? Escuchemos la respuesta de Jesús y pidamos nos regale un corazón como el suyo.


17 de septiembre: Domingo 24 del tiempo ordinario

TEMA: El perdón de Dios, tan grande como su misericordia


      Jesús dice que tenemos que perdonar hasta setenta veces siete. Es una forma de hablar exagerada. Para que lo entendamos bien. Significa simplemente que hay que perdonar siempre. Nadie ha tenido la posibilidad de perdonar a otra persona esa enorme cantidad de veces. La exageración continúa en la parábola. La deuda que el empleado tiene con el rey, diez mil talentos, es en la práctica imposible de pagar por lo enorme. Pensemos que las rentas anuales del rey Herodes el Grande no llegaban a los mil talentos en los tiempos de Jesús. Para el empleado no hay salida. Lo sorprendente es que el rey le perdone. Y más sorprendente todavía es que el empleado se preocupe de recuperar cien denarios de su compañero, una miseria de deuda si pensamos que un talento equivalía a seis mil denarios. 


      Todas estas exageraciones nos llevan a un dato fundamental: la misericordia de Dios es tan enorme que no podemos siquiera imaginarla. Casi se podría decir que todas nuestras ideas sobre lo bueno y lo malo, sobre el pecado, etc desaparecen frente a la misericordia de Dios. El amor de Dios por sus criaturas es tan grande que ni siquiera se habla de perdón. Es simplemente un amor que lo cubre todo, que nos envuelve totalmente. Como dice Pablo en la segunda lectura: “en la vida y en la muerte somos del Señor”. Al lado de ese amor, de esa inmensa misericordia, queda claro que cualquier cosa que nos haga uno de nuestros hermanos es nada. Por heridos y dolidos que nos sintamos. 


      Pero tendríamos que ir un paso más allá. ¿No es mucha soberbia pensar que puedo perdonar a mi hermano o hermana? Cuando hago eso, me estoy situando en el lugar del rey de la parábola. Superior a mi hermano. Me arrogo el derecho de determinar, a juzgar, no sólo que me ha ofendido y me ha herido sino que además lo ha hecho voluntariamente y, por eso, es culpable. ¿Desde cuándo me han nombrado juez de mi hermano? ¿Desde cuándo sé lo que pasa por su corazón? Eso pertenece a su intimidad y a Dios que seguramente lo verá como un hijo y lo atenderá como tal. Por mi parte, ¿no será mejor que trate de usar con mi hermano un poco de la misericordia que tiene el rey de la parábola o, mejor, de la inmensísima misericordia con que Dios me mira y compadece? Situado en esa perspectiva, es difícil que llegue a tener que “perdonar” alguna vez en mi vida a mi hermano. 


Amor, en el correr de mis días
te escribía algún poema diciendo que te quería.
Me inclinaba ante tus plantas y de rodillas pedía
un poquito de tu amor, tus palabras, tu mirada.

Ahora, mi bien, te confieso que todo aquello fue falso.
Solo esperaba de ti la calma en tus vanidades,
el despertar de un mal sueño, y me dijeras un día:
Ven. Vuelve a mí. Yo te espero. Yo te quiero...

Y si me hubieras llamado, al llamarme, amada mía,
yo te daría la espalda. Una explosión de venganza.
Dejarte sufrir lo que he sufrido. Llorar lo que he llorado,
Cantar victoria sobre los restos de tu desamor y tu capricho.

Pero, mira, mi reina, cómo son las cosas y los designios de Dios:
Hoy me levanté de tu lado.
Me atrapó entre sus alas el ángel que me guarda
me contó, me reveló y me demostró…que no eres mala.
Eres una Virgen llena de amor, de ternura, de pasión.

No tienes culpa alguna de ser sorda, ciega, muda,
sin brújula, sin timón,
con abrojos y con odios en tu pobre corazón.
m.a.o.g

Hoy lo supe, amor mío, y por eso te perdono.
Te perdono con toda mi alma y renuncio a mi maldad.

Ahora sé porqué te callas cuando te llamo.
Y si un día tú me llamas, estaré a tu lado.
Cargaré tus penas, renovaré tu vida,
haré resucitar tu risa, y agradeceremos juntos
a aquel que ordenó perdonar.
No una ni siete veces, sino setenta veces siete.

 

 

j.v.c.

 

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