Trigésimo Segundo Domingo Del Tiempo Ordinario

 

6 De Noviembre De 2022

 

Dios es “El Señor de la vida”. La certeza de la resurrección estimula a los hermanos Macabeos a permanecer fieles a Dios, ya que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, y es un Dios que libera del mal presente con el ejemplo, las actitudes y las oraciones de los hermanos.
 

 

ORACIÓN COLECTA

Oh Dios, que quieres la salvación de todos los hombres, tu Hijo, Jesús, nos ha abierto con su resurrección las puertas de la salvación eterna. Derrama sobre los aquí reunidos la luz de la esperanza y llénanos de la alegría imperecedera. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

PRIMERA LECTURA: 2 Mac 7:1-2, 9-14

La lectura del libro de los Macabeos nos recuerda qué significa “amar a Dios por sobre todas las cosas” y poner en Él nuestra confianza.

 

SALMO RESPONSORIAL
R/ AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE, SEÑOR.

Escucha mi grito, Señor,
Atiende a mis clamores;
Presta atención a mi plegaria
Pues no hay engaño en mis labios.
Afirma mis pasos en tus caminos
Para que no tropiecen mis pies.
A ti te llamo, oh Dios, esperando tu respuesta;
Inclina a mí tu oído y escucha mi ruego.

Guárdame como a la niña de tus ojos;
Escóndeme a las sombra de tus alas.
Y yo, como justo, contemplaré tu rostro,
Y al despertar, me saciaré de tu semblante.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Ts 2:16-3:5

El amor que Dios nos ha mostrado en Jesús es la garantía de que nunca nos dejará de su mano. Conservando esta certeza en nuestro corazón animémonos a trabajar sin desánimo por la venida del Reino.


ALELUYA

Aleluya, aleluya.
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos; a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Aleluya, aleluya.


EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: Lc 20:27-30

Creer en Dios es creer que nada ni nadie podrá separarnos de su mano. Ser hijos de Dios es vivir para siempre.

 

 

Si El Hombre Intenta Salvarse Por Sí Mismo

 

El hombre no se salva por sí mismo, y quien ha tenido la soberbia de intentarlo, incluso entre los cristianos, ha fracasado. Porque sólo Dios puede dar vida y salvación. Esta es la meditación, en la perspectiva del Adviento, que el Papa Francisco propuso durante la misa celebrada el jueves 19 de diciembre de 2013 por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta.

 

Como de costumbre, inspirándose en la liturgia del día, el Pontífice quiso recordar que la «vida, la capacidad de dar vida y salvación, vienen solamente del Señor» y no del hombre, que no tiene «la humildad» de reconocerle y pedirle ayuda. «Muchas veces» en la Escritura se habla «de la mujer estéril, de la esterilidad, de la incapacidad de concebir y dar vida». Pero también muchas veces sucede «el milagro del Señor, que hace que estas mujeres estériles puedan tener un hijo».

 

El Papa Francisco hizo referencia, ante todo, a la mamá de Sansón, cuya historia propuso esta mañana el pasaje del libro de los Jueces (13, 2-7. 24-25a). Y después recordó también lo que le «sucedió a la mujer de nuestro padre Abraham: no podía creer» que tendría un hijo a causa de su edad avanzada, «y se reía detrás de la ventana, desde la que espiaba a su marido para oír de qué estaba hablando. Y se reía porque no podía creerlo. Pero tuvo un hijo». El Evangelio de hoy (Lucas 5-25), prosiguió el Papa, recuerda también lo que le «sucedió a Isabel». Todas estas historias bíblicas de mujeres, explicó el Pontífice, muestran cómo «de la imposibilidad de dar vida, viene la vida». Y también les sucedió a otras mujeres no estériles, pero que ya no tenían ninguna esperanza para su vida. «Pensemos en Noemí —especificó el Obispo de Roma—, que, al final, tuvo un nieto». En síntesis, «el Señor interviene en la vida de estas mujeres para decirnos: yo soy capaz de dar vida».

 

El Papa Francisco destacó que en las palabras de los «profetas está la imagen del desierto: la tierra desierta, incapaz de hacer crecer un árbol, un fruto, de hacer brotar algo». Y, sin embargo, «el desierto será como una selva. Los profetas dicen: será grande, florecerá». Así pues, «el desierto puede florecer» y «la mujer estéril puede dar vida» solamente en la perspectiva de la «promesa del Señor: yo puedo. De vuestra sequedad puedo hacer surgir la vida, la salvación. De la aridez pueden crecer frutos». La salvación «es la intervención de Dios que nos hace fecundos, que nos da la capacidad de dar vida», que «nos ayuda en el camino de la santidad».

 

De algo estamos seguros: «no podemos salvarnos a nosotros mismos». Muchos lo han intentado, «incluso algunos cristianos», recordó el Santo Padre citando a los pelagianos. Pero sólo la intervención de Dios nos trae la salvación.

 

De ahí la pregunta del Pontífice: «pero, por nuestra parte, ¿qué debemos hacer?». Ante todo, respondió el Papa, «reconocer nuestra sequedad, nuestra incapacidad de dar vida». Después, «pedir». Y la petición que se convierte en oración la formuló así: «Señor, quiero ser fecundo; quiero que mi vida dé vida, que mi fe sea fecunda, vaya adelante y pueda darla a los demás. Señor, soy estéril; yo no puedo, tú puedes. Soy un desierto, yo no puedo; tú puedes». Y que «ésta sea —fue su deseo— la oración de estos días antes de la Navidad».

 

Nos hace pensar, prosiguió el Papa, en «cómo los soberbios, los que creen que pueden hacer todo por sí mismos, son golpeados». Y se refirió, en particular, «a esa mujer que no era estéril, pero era soberbia y no entendía qué significaba alabar a Dios: Mikal, la hija de Saúl. Se reía de la alabanza. Y fue castigada con la esterilidad». La humildad es una virtud necesaria para ser fecundos. «Cuántas personas —observó el Papa— creen ser justas como ella, y al final son pobres».

 

En cambio, es importante la «humildad, decir “Señor, soy estéril, soy un desierto”». Cuán importante es repetir en estos días «aquellas hermosas antífonas que la Iglesia nos propone rezar: “oh Hijo de David, oh Adonai, oh Sabiduría —hoy—, oh Raíz de Jesé, oh Emanuel, ven a darnos vida, ven a salvarnos, porque tú sólo puedes, yo por mí mismo no puedo”».

 

Así, concluyó el Pontífice, «con esta humildad, humildad del desierto, humildad del alma estéril», debemos «recibir la gracia: la gracia de florecer, de dar fruto y dar vida».

 

(Jueves 19 de diciembre de 2013 Fuente: L’Osservatore Romano)