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XXVI Semana del Tiempo Ordinario - 25 de septiembre de 2016

 

MONICIÓN DE ENTRADA 

Sed todos bienvenidos a la Eucaristía del Domingo 26 del Tiempo Ordinario. Jesús de Nazaret, con la parábola del rico comilón y del pobre Lázaro, nos va a mostrar a nosotros, hoy, como ya lo hizo con aquellos que escuchaban su voz hace más de dos mil años, que los abusos de unos pocos traen hambre y muerte a muchos. Y que el abuso de las riquezas y de los medios materiales no es otra cosa que un camino criminal que lleva el sufrimiento a muchos. Pero ese comportamiento tendrá su castigo. Ya lo dice el profeta Amós. Dispongámonos a aprender, un domingo más, lo que nos muestra y enseña la Palabra de Jesucristo. Ojalá le hagamos caso y evitemos el mal y el hambre que sufren muchos de nuestros semejantes. 

 

MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS

1.- Seguimos, como el domingo pasado, leyendo al Profeta Amós. Este profeta siempre condenó a los ricos de su época, crueles explotadores de los pobres. Hoy afea a esos poderosos sus excesos con la comida y las fiestas a costa de la indigencia de los más desfavorecidos.
 

PRIMERA LECTURA  AMÓS 6, 1a. 4-7

Esto dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de los que se sienten seguros en Sión, y confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil; se arrellanan en sus divanes, comen corderos de rebaño y terneras del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.
Por eso irán al desierto a la cabeza de los deportados y se acabará la orgía de los disolutos». Palabra de Dios.
 

SALMO RESPONSORIAL Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10

El salmo 145 es primero de una serie de salmos doxológicos –que ensalzan y glorifica a Dios—con los cuales termina el libro de los Salmos, que llega hasta el 150. Son Salmos que los judíos contemporáneos de Jesús recitaban por la mañana, como oración para dar gracias al Señor que abría el día y con ello las maravillas de la naturaleza. Los versículos que proclamamos hoy guardan relación con la ofensa a los pobres de lo que hablan las otras lecturas de hoy.
 
R. ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR.
  1. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
    hace justicia a los oprimidos,
    da pan a los hambrientos.
    El Señor liberta a los cautivos. R.
     
  2. El Señor abre los ojos al ciego,
    el Señor endereza a los que ya se doblan,
    el Señor ama a los justos.
    El Señor guarda a los peregrinos. R.
     
  3. Sustenta al huérfano y a la viuda
    y trastorna el camino de los malvados.
    El Señor reina eternamente,
    tu Dios, Sion, de edad en edad. R.
 
Continuamos, también, leyendo fragmentos de la Carta Primera a Timoteo. El apóstol Pablo continúa con la formación, a distancia, de uno de sus discípulos más queridos. Hoy le pide perseverancia hasta el momento que haya de presentarse hasta el Señor
 

SEGUNDA LECTURA I TIMOTEO 6, 11-16

Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste notablemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da la vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.
Palabra de Dios. 
 
ALELUYA 2 Cor 8, 9
Aleluya, aleluya, Jesucristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Aleluya.
 
El Evangelio de San Lucas nos narra hoy la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. Es una enseñanza clara en torno a que los abusos –también los de la comida—llevan a tiranizar al hombre. E invoca el Señor Jesús un problema muy acuciante todavía hoy: el del hambre en el mundo.
 
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
 
- «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
 
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
 
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas".
Pero Abrahán le dijo:
 
"Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros".
 
Él dijo:
 
"Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento".
 
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen".
 
Pero él le dijo:
"No, padre Abrahán.  Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán"
 
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto"». 
Palabra del Señor.
 
 

HOMILIA 

 

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)
 

En el Evangelio de hoy Jesús propone una parábola para enseñar de manera viva y radical algunas verdades que resultan incómodas al mundo moderno y que nues­tra sociedad de consumo no quiere oír. Pero, oigan o no oigan, la palabra de Jesús es la verdad: el cielo y la tierra pasa­rán pero sus palabras no dejarán de cum­plirse.

 
     Se trata de la parábola del pobre Lázaro y del rico gozador. Su finalidad es precisamente enseñar qué es lo que ocurrirá a quien, gozando egoístamente de sus riquezas, no quiera escuchar. La parábola presenta dos escenas sucesivas: una sobre esta tierra, que concluye con la muerte de los actores; otra después de la muerte, que no tiene fin.
 
     La escena sobre esta tierra presenta a los actores con rasgos incisivos: "había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas; y uno pobre, llamado Lázaro, que echado junto a su puerta, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico". En esta tierra el contraste entre uno y otro es total. Esta situación se da hoy: se da entre individuos, entre grupos, entre países. ¡No es una situa­ción irreal! El rico se divierte, goza con los gustos que le proporcionan sus riquezas, es totalmente insensi­ble a las necesidades de los pobres, para él es como si no existieran. Es una descripción de nuestra sociedad de consumo, donde la ley suprema es la comodidad, el placer y el afán de "pasarlo bien" sin preocuparse de nada más.
 
     Pero sucede que "un día el pobre murió... y murió también el rico". Finalmente hay plena igualdad. La muerte es una ley pareja, afecta a todos por igual. El rico puede hacerlo todo con sus riquezas, pero no puede escapar a la muerte. Y entonces comienza la segunda escena, que se introduce así: "el pobre fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico fue sepultado". El seno de Abra­ham es el símbolo de la felicidad, allí podemos imaginar a Lázaro finalmente sonriendo. En cambio, el rico fue a dar al hades, lugar de tormentos: "estando entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno". Ahora, el rico se contenta con muy poco: "Gri­tando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama'". La situación de ambos se ha invertido. Es lo que hace notar Abraham: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado".
 
     Esta nueva situación en que cada uno se encuentra es eterna. La palabra eter­nidad debe­ría darnos vértigo. Nunca acabaremos de compren­der su inmensidad. La eternidad del destino del hombre pone en evidencia la dimensión de esta otra palabra: libertad. La libertad del hombre significa que tiene en sus manos la responsabilidad de su destino eterno. En esta breve vida nos jugamos la vida eterna. El diálogo entre el rico y Abraham expresa la irreversibilidad de esa situación final: "Entre nosotros y vosotros se inter­pone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros". ¡No es posible ni siquiera recibir una gota de agua en los labios resecos!
 
     Hasta aquí la parábola ha enseñado la responsabilidad en el uso de los bienes de esta tierra. La tierra con todos sus bienes fueron creados para todos los hombres y nadie puede banquetear y consumir cosas lujosas o superfluas mientras haya quien carece de lo necesario. La parábola enseña el destino que le espera después de la muerte al que hace aquello. Pero la parábola agrega una segunda parte, y ésta es un aviso para nosotros que toda­vía estamos sobre esta tierra y que tal vez no pensamos en estas cosas. En un gesto imposible en un condenado, el rico suplica a Abraham: "Te ruego que envíes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio y no vengan también ellos a este lugar de tormento". Abraham contesta, con razón, que ya tienen quien les advierta: "Tienen a Moisés y los profetas, que los oigan". En efecto, hay en los profetas suficiente materia. Bastaría repasar la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Amós: "Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion... acostados en camas de marfil... beben vino en anchas copas... irán al exilio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los cibaritas" (Amós 6,1.4-6).
 
     El rico sabe que esto no impresiona a sus hermanos e insiste: "No, padre Abraham, sino que, si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán". Sigue la sentencia conclusiva de Abraham: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, no se convertirán aunque resucite un muerto".
 
     Nosotros no sólo tenemos a Moisés y los profetas, que haríamos bien en escucharlos, sino que tenemos la enseñan­za del Hijo de Dios mismo: "en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por el Hijo" (Heb 1,2). Por eso más eficaz que todos los proyectos -ciertamente necesarios- que se han desarrollado en nuestro país para "superar la pobreza" sería que cada uno, antes de hacer un gasto superfluo y lujoso, se sentará a leer antes esta parábola atentamente. Si esto no surte efecto, para inducir a una vida más sobria y solidaria, no hay caso; "no se convencerán ni aunque resucite un muerto", tanto menos por los argumentos de una comisión para la superación de la pobreza.
 
 
El padre Leoz nos ofrece esta semana estos bellos versos para inspirar nuestros momentos finales de esta Eucaristía. Escuchemos: 
 

NO SEA YO, EPULÓN, SEÑOR

Si estoy frío, calienta mi espíritu
Si vivo de espaldas a tu Palabra, vuélveme en la dirección adecuada
Si soy insensible a tu llamada, háblame de nuevo
Si estoy sordo, ábreme mi oído
Si escucho demasiado al mundo, llévame al oasis del silencio
SI estoy pendiente de los mil tesoros, hazme descubrirte como el más valioso
No sea yo, Epulón, Señor
Y cuando llegue el día de partir, 
encuéntrame dispuesto
Y cuando llegue el momento de morir,
hazme vivir en Ti
Y cuando llegue el instante de dejarlo todo, 
que sienta pena de aquello que, por falta de tiempo,
no me dio lugar a poder ofrecer.
Amén.
 
 
002170339

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