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Semana Santa 2024

Vigésimo Cuarto Domingo Del Tiempo Ordinario

 

13 de septiembre de 2020

TEXTOS BIBLICOS PARA LA LITURGIA EUCARÍSTICA

Lo que todos los días pedimos en la oración del Padre Nuestro, lo hacemos hoy oración litúrgica universal. Las motivaciones para perdonar se encuentran en el comportamiento del Padre, en la solidaridad con Cristo que nos hace a todos hermanos, y en el recuerdo de la alianza y sus caminos. Nuestra oración del Padre Nuestro en la misa de hoy tiene que ser, más que nunca, cristiana.

 

ORACION

Oh Dios, fuente del amor, tú que has mostrado a este nuestro mundo, aquejado de divisiones y luchas, el camino del perdón u de la reconciliación; haz que nosotros, como seguidores de Cristo, sepamos aceptarnos mutuamente, dando testimonio de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen

 

PRIMERA LECTURA: Si 27:30-28:7

La primera lectura nos recuerda la coherencia que ha de existir entre el perdón que pedimos o recibimos de Dios y el que otorgamos a quienes nos ofenden.

 

SALMO RESPONSORIAL: Sal 95:1-2, 5-6, 7-8

R/ EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO,
LENTO A LA IRA Y RICO EN CLEMENCIA

Bendice al Señor, alma mía,
Alaba todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor.
Y no te olvides de sus beneficios. /R

El perdona todas tus ofensas,
Y te cura de todas tus dolencias.
El rescata tu vida de la tumba,
Te corona de amor y de ternura. /R

“Si se querella, no es para siempre,
Si guarda rencor, es solo por un rato.
No nos trata según nuestros pecados
Ni nos paga según nuestras ofensas. /R

Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra
Tan alto es su amor con los que le temen.
Como el oriente está lejos del occidente
Así aleja de nosotros nuestra culpa. /R


SEGUNDA LECTURA: Rm 14:7-9

Decir que Cristo es nuestro Señor significa vivir para El; olvidar nuestros propios deseos y procurar siempre pensar y obrar como Jesús.

 

ACLAMACION DEL EVANGELIO Jn 13:34

Aleluya, aleluya. Os doy el mandato Nuevo: que os améis mutuamente como yo os he amado, dice el Señor. Aleluya

 

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Mt 18:21-35

Pedro expresa una duda presente en el corazón de muchos cristianos: ¿no es necesario poner un límite al perdón? ¿No existe el peligro de ser “demasiado misericordioso” con nuestros hermanos? Escuchemos la respuesta de Jesús y pidamos nos regale un corazón como el suyo.

 

TEMA: “Deudores Para Con Dios”

Jesús en el evangelio de este domingo le dice a Pedro, y en él a nosotros que perdonemos al que nos ofende “hasta setenta veces siete”, es decir siempre. ¿Por qué? Porque también nosotros somos perdonados por Dios siempre, es decir somos “deudores para con Dios”.

¿Qué le debemos a Dios? Le debemos el don del sol, del aire que respiramos, de las estrellas que contemplamos, de la nieve, de las flores, de las montañas, de los océanos, de los bosques, de la lluvia, del viento.

Somos deudores de los ojos, del oído, de las piernas, de las manos, del olfato, de los párpados, de las orejas, de las narices, los pies, las manos.

Deudores de la poesía, de la música, de los aromas, del canto de los pájaros, de las perlas y diamantes, de los colores.

Deudores del testimonio de fe de los que precedieron. De la sangre de los mártires, del silencio y de los heroísmos ascéticos de los monjes.

Deudores del perdón de Dios tantas veces, deudores de la amistad, del amor, sobre todo.

Y esta deuda la podemos pagar sólo de una manera: amando al prójimo y perdonándole siempre, todas las veces que nos ofenda. Esa es la única manera que tenemos de “saldar las deudas” con ese Dios que nos ha colmado de amor y de misericordia. Todo lo que tenemos, todo lo que somos, lo “debemos” a Otro y a muchos otros.

Puesto que no vivimos “por nosotros mismos”, sino gracias a otro, nuestra existencia se convierte en acción de gracias. Y el perdón representa una forma concreta y privilegiada de este reconocimiento.

Ya antes, en la primera lectura tomada del Eclesiástico se nos ha dicho:

“Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, y ¿pide perdón de sus pecados?

El hombre de hoy siente especial dificultad en perdonar y pedir perdón. Nuestra sociedad crea y canoniza héroes duros y violentos, vengativos. Hoy se desprecia el perdón y la misericordia como una debilidad. Dios por el contrario es “rico en misericordia”. Es compasivo, lento a la ira y rico en clemencia. El perdona todas nuestras culpas y no guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas.

La santa monja polaca Faustina Kowalska (1905-1938), escribió en su “pequeño diario”, 163:

“¡Oh, ¡Dios mío, ¡Trinidad Santa, quiero adorar tu misericordia con cada respiración de mi vida, con cada latido de mi corazón, con cada palpitación! ¡Quiero ser transformada en tu misericordia y ser así un reflejo viviente de ti, Señor; que el mayor atributo de tu divinidad: ¡Tu misericordia insondable, se expanda en mi alma y por mi corazón para cada uno de mis prójimos!

¡Ayúdame, ¡Señor, a que mis ojos sean misericordiosos! Haz que no juegue ni sospeche nunca por las solas apariencias, sino que sepa considerar la belleza del alma de mi prójimo y vaya en su auxilio. ¡Ayúdame, de mi prójimo: que no quede indiferente ante sus sufrimientos y sus quejas! ¡Ayúdame, Señor, a que mi lengua sea misericordiosa: ¡que nunca hable mal del prójimo, sino que tenga para cada uno de ellos palabras de consuelo y de perdón! ¡Ayúdame, Señor, a que mis manos sean misericordias! Llénalas de buenas obras para que sepa hacer el bien al prójimo y cargarme con los trabajos más duros y desagradables. ¡Ayúdame, ¡Señor, a que mis pies sean misericordiosos y corran en auxilio de mi prójimo, olvidando mi propia fatiga y mi desgana! Mi auténtico descanso consiste en servir al prójimo.

¡Ayúdame, Señor, ¡a que mi corazón sea misericordioso para comprender los sufrimientos de mi prójimo! No cerraré el corazón a nadie; estaré cerca precisamente de aquellos que se van a abusar de mi bondad. Me refugiaré en el corazón misericordioso de Jesús. Acallaré mis propios sufrimientos. ¡Que tu misericordia, Señor, se derrame sobre mí!”

 

Termino con la poesía de la madrileña Sagrario Torres (1922-2006):



CUANDA ESCONDIDA


Cuando escondida,
Avergonzada,
Trémula,
Te digo suplicante:
“Señor, ¿Tú me perdonas?”
Oigo, Tu voz acariciante
Que siempre, siempre me responde:
“¡Levántate...! ¡No temas...! ¡Vete...!
¡Setenta veces siete tengo que perdonarte!”

       

 

 

 

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