San Francisco Javier

Patrón de las Misiones

Francisco quedó huérfano a los tres años y creció en un clima de división y guerras. Su propia morada estaba sujeta a la tiranía moral y material, de parte del lado navarro como del castellano.

Cuando tenía 18 años se firmó un convenio de paz y es entonces Francisco elige su futuro, continuar sus estudios de humanidad en la famosa universidad de Sorbona en París.

Ahí conoce y comparte su cuarto con Ignacio de Loyola y es tocado muy profundamente por una frase de Ignacio de la cual no se olvidará jamás, y que determinaría desde entonces el rumbo de su vida: "¿de qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?". Después de un camino de discernimiento mutuo, Francisco elige ganar su alma y la de muchos.

En 1534 en compañía de siete compañeros, Francisco pronuncia sus votos de pobreza, castidad y peregrinación a Tierra Santa, según unos preceptos estrictos de Ignacio de Loyola. Así comenzó la "Compañía de Jesús" aprobada por el Papa.

El 24 de junio fueron ordenados sacerdotes, pero la guerra de Venecia y los Turcos hizo imposible la realización de ir a Tierra Santa. Y el 7 de abril de 1531, Francisco parte para las lejanas tierras de la India junto con uno de sus compañeros. Llegados a Goa, se ven confrontados a miles de males entre ellos, la peste. Francisco se dedica a dar confianza y a descubrir a todos el amor de Dios, a curar y hasta hacer milagros. Recorre gran parte de la India evangelizando jóvenes abre escuelas, colegios, dispensarios, bautiza sin descansar jamás, aceptando por amor miles de sacrificios y llevando a todos a la oración y a la conversión.

En 1543 vuelve a Goa y llega a Pesquerías cuando se declaró la guerra entre el reino de Comorín y el de Travancor. Enfrentándose solo a las fuertes tribus, armado íntimamente de un crucifijo en la mano y de su palabra, pone fin a la guerra milagrosamente.

En 1546, parte Francisco para Amboino, isla en la cual entra hablando y cantando en el idioma popular como si hubiese vivido siempre ahí. Desde allí emprende la visita de todas las islas de Oceanía.

Después de esta larga expedición, Francisco decide volver a Goa para encontrarse con sus compañeros llegados de Europa, asignarles el campo apostólico y prepararse para llevar la fe cristiana hasta Japón.

En Malaca, en el año 1547, se encontró con Magno, un japonés insatisfecho con la religión que le habían enseñado sus bonzos (sacerdotes Budistas). Magno invitó a Francisco a ir a predicar la doctrina de Cristo a sus paisanos. En abril de 1549 emprendió el viaje hasta Japón junto con su amigo.

Adoptando el estilo oriental Francisco conversaba con el pueblo mientras Magno le servía de intérprete. Después de un año en Kagoshima, en donde escribieron un catecismo, partió por Yamaguchi y luego hacia la costa, aguantando miles de pruebas y rechazos.

De allí aprovechó la salida de un barco portugués para ir a visitar las misiones de la India y preparar su viaje a China. Habiendo aportado un regalo muy rico para el rey de China, llegó a una isla desierta a 150 kilómetros de Cantón. Era a los fines de agosto de 1552. Allí Francisco quedó abandonado, en una total soledad y pobreza, esperando una embarcación que pudiera llevarlo para entrar lo más directamente posible a la China. Pero se enfermó y es aquí, a tan solo 150 kilómetros de esta tierra tan soñada de China, donde entregó a Dios su alma, el 3 de diciembre.

En estos tiempos sedientos de conquistas y de poder, Francisco abrió los ojos, los brazos, y por sobre todo los espíritus, de todos aquellos que recibieron su mensaje evangélico. Su corazón, madurado por 11 años vividos en el oriente, acepta y recibe entonces toda diferencia de cultos, de razas, de civilización, sembrando por donde Dios lo manda, la Buena Noticia del Amor.

Francisco es llamado el Santo de la amistad, del compartir, de la apertura a los demás, fue canonizado el 12 de marzo de 1622, ya declarado patrón de las misiones. Su fiesta se celebra el 3 de diciembre.

Oración.

Oh Dios, que quisiste agregar a tu Iglesia las naciones de las Indias por la predicación y por los milagros de San Francisco Javier:

concédenos que, pues veneramos la gloria de sus insignes merecimientos,

imitemos, también los ejemplos de sus heroicas virtudes.

Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

San Francisco Javier, ruega por nosotros!.