Dejémonos Consolar

Apegado como está a lo «negativo», a las «heridas del pecado» que lleva dentro de él, a menudo al hombre le cuesta «dejarse consolar» por Dios. Sin embargo, la Iglesia, en este tiempo de Adviento, invita a cada uno a reaccionar, a liberarse de los propios errores y tener «valentía» porque Jesús viene, y viene precisamente a traer «consuelo».

 

Este es el mensaje que el Papa Francisco, durante la misa celebrada el lunes por la mañana 11 de diciembre en Santa Marta, evidenció de la liturgia del día. La reflexión del Pontífice partió de hecho del pasaje del profeta Isaías (35, 1-10) en el cual, «de una forma un poco bucólica», se anticipa la parte dedicada al «consuelo de Israel», al Señor que, «consuela a su pueblo, promete el consuelo, allí hace volver del exilio, donde está la tristeza, la esclavitud...». A aquellos que «no pueden cantar, no consiguen cantar, lloran...», el Señor «promete el consuelo».

Reflexionando sobre cuánto Dios ha realizado por los israelitas, el Papa recordó cómo san Ignacio dijo «que es bueno contemplar el oficio de consolador de Cristo nuestro Señor, comparándolo con el modo como algunos amigos consuelan a los otros». Y respecto al hecho de que «el Señor vino a consolarnos», sugirió, por ejemplo, pensar «en la mañana de la resurrección en la narración de Lucas, cuando Jesús apareció a los apóstoles: “Había tanta alegría —dice el Evangelio— que no se lo podían creer». Así, dijo, «muchas veces, el consuelo del Señor nos parece una maravilla, algo no real».

Pero, observó, «no es fácil dejarse consolar; es más fácil consolar a los demás que dejarse consolar». De hecho, «muchas veces, nosotros estamos apegados a lo negativo, estamos apegados a la herida del pecado dentro de nosotros y, muchas veces, está la preferencia de permanecer ahí, solo. Como el paralítico del Evangelio que se quedaba en la cama. En ciertas situaciones, la palabra de Jesús es siempre “¡Levántate!”». Y también nosotros, subrayó Francisco, «tenemos miedo». Por otro lado, añadió, «nosotros en lo negativo somos dueños, porque tenemos la herida dentro, de lo negativo, del pecado; sin embargo en lo positivo somos mendicantes y no nos gusta mendigar, mendigar el consuelo».

Al respecto, el Pontífice puso dos ejemplos de situaciones en las que el hombre prefiere «no dejarse consolar».

Está, en primer lugar, «la actitud de resentimiento». Esto, cuando «nuestra preferencia es por el resentimiento, el rencor», y nosotros «cocinamos nuestros sentimientos en ese caldo, el caldo del resentimiento». En esas situaciones el hombre tiene «un corazón amargo, como si dijera: “Mi tesoro es mi amargura; allí estoy yo, con mi amargura”». Un ejemplo se encuentra en el Evangelio, en el episodio del paralítico de la piscina de Siloé: «treinta y ocho años allí, con su amargura, y siempre explicando: “Pero no es mi culpa porque cuando se mueven las aguas nadie me ayuda”». Razonaba siempre «en negativo». Comentó el Papa: «Para esos corazones amargos es más bonito el amargo que el dulce. La amargura como explicación».

De la misma manera mucha gente prefiere esta «raíz amarga» que «nos lleva con la memoria al pecado original, el pecado que nos ha herido». Y es una forma «de no dejarse consolar». Se prefiere decir: «“No, no, no molestar, déjame aquí”. Derrotado».

Está después la actitud de los «lamentos». El hombre y la mujer «que se lamentan siempre; en vez de alabar a Dios, se lamentan delante de Dios. Y los lamentos que son la música que acompañan esa vida». Al respecto, el Papa recordó cómo santa Teresa de Ávila dijo: «Ay de la monja que dice: “me han hecho una injusticia, me han hecho algo no razonable”, ay». Y también hizo referencia a la situación bíblica del profeta Jonás, «el premio Nobel de los lamentos». Jonás, de hecho, «huyó de Dios porque se quejaba de que Dios le había perjudicado y se fue allí, después se ahogó, el pez se lo tragó. Y después volvió a la misión y después de hacer la misión, en vez de alegrarse por la conversión, el amargado viene y se lamenta: “Yo sabía que tú eras así y siempre salvabas a la gente...”, y se queja porque Dios salva a la gente». Porque, añadió, «también en los lamentos hay cosas contradictorias».

Una actitud que el Pontífice ha encontrado también en el hombre contemporáneo: «Nosotros vivimos muchas veces respirando lamentos, somos proclives a los lamentos y podemos describir muchas personas así que se lamentan». Y puso el ejemplo de un sacerdote que él conoció en el pasado: «un buen sacerdote, bueno, bueno, pero era el pesimismo encarnado y siempre se lamentaba por todo, tenía la cualidad de “encontrar la mosca en la leche”». Se trata, continuó, de un buen sacerdote, del que se decía que era «muy misericordioso en el confesionario». Pero tenía este defecto de quejarse siempre, tanto que sus compañeros de presbiterio bromeaban diciendo que cuando muriera y «fuera al cielo», lo primero que diría a san Pedro, «en vez de saludarlo», sería: «¿dónde está el infierno?». E incluso una vez visto el infierno, preguntaría a san Pedro: «Pero ¿cuántos condenados hay?» —«Solamente uno» —«Ah, qué desastre la redención...». Solo lamentos, solo lo negativo.

Pero de frente «a la amargura, el rencor, los lamentos», explicó el Papa, «la palabra de la Iglesia de hoy es “valentía”». Una palabra repetida por el profeta Isaías: «¡Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador, es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará». Un mensaje claro para cada creyente: «Ánimo, él te consolará. Fíate de él. Ánimo».

Y es también, dijo Francisco, «la misma palabra que dice Jesús: “ánimo”». Por ejemplo, la repite a esos hombres que querían que su amigo fuera sanado. Aquellos, no obstante las dificultades («Pero no se puede entrar, Señor, mucha gente... cómo podemos hacer...»), «subieron al techo y teja tras teja, una tras otra, hicieron un agujero y le hicieron bajar. En ese momento no pensaron: “Pero están los escribas, están los policías, si nos agarran nos llevarán a la cárcel...”. No, no pensaron esto. Solamente querían la sanación, querían que el Señor les consolara a ellos y a su amigo».

Para confirmar el concepto, el Pontífice retomó las palabras de Isaías: «¡Ánimo! Ánimo, no temáis, fortaleced las manos débiles”: las manos son débiles, fortalecerlas, ánimo. “Afianzad las rodillas vacilantes”: ánimo, adelante, hay rodillas vacilantes... sí, pero adelante, ánimo. “Decid a los de corazón intranquilo —a aquellos que tienen rencor, que viven de los lamentos—: “He aquí vuestro Dios que viene a salvaros”».

El de la liturgia de hoy, dijo el Papa, «es un mensaje muy bonito y muy positivo: dejarse consolar por el Señor». Incluso si no es fácil, «porque para dejarse consolar por el Señor» es necesario «despojarse de nuestros egoísmo, de esas cosas que son el propio tesoro, ya sea la amargura, como los lamentos, o tantas cosas». Por eso, añadió, «nos hará bien hoy, a cada uno de nosotros, hacer un examen de conciencia: ¿Cómo está mi corazón? ¿Tengo alguna amargura ahí? ¿Tengo alguna tristeza?», y preguntarse: «¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabanza a Dios, de belleza o siempre de lamentos?». Y después «pedir al Señor la gracia de la valentía, porque en la valentía viene Él a consolarnos».

 

 


(Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 51, viernes 22 de diciembre de 2017)