Los Pasos En La Arena

El pescador solitario era un auténtico hombre de Dios. Había escogido su camino no por vocación; su vida de soledad y silencio junto al mar le facilitaban la comida sencilla y le abría el dialogo con el Señor.

 

Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo claro y evidente de su presencia.

Hazme ver que tú siempre estás conmigo”, le dijo.

Mientras hacia esta oración caminaba con paso sereno junto al mar. Cuando llego a las rocas que cerraban la playa y emprendió el camino de vuelta observo con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles.

Ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas huellas son las mías” le dijo el Señor.

La alegría del pescador fue inmensa. El gozo de la alabanza era el pan de cada día y ésta se extendía a todos los hombres y a todas las cosas.

Pero vinieron días duros. En una tormenta su barca quedó destrozada al chocar con las rocas. Le era difícil sobrevivir. Tuvo que buscar su sustento pidiendo limosna pues en el pueblo apenas había trabajo que ofrecer.

Un día, mientras intentaba superar su situación, paseaba al caer de la tarde por la playa. Cuando al llegar al final reemprendió el camino sólo vio un par de huellas sobre la arena. Le parecieron más lentas y más profundas. Y se quejó al Señor: “Has caminado junto a mi cuando estaba alegre, pero ahora solo veo mis huellas pesadas y solas”.

Es cierto, le dijo el Señor. Solo ves dos huellas, pero no son las tuyas, porque ahora no eres tú quién andas. Esas huellas son las mías. Soy Yo quien te lleva en brazos”

 

(Del itinerario de iniciación y profundización en la experiencia de Dios, espiritualidad de San Ignacio)