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Lo Que Nos Dijo El Papa Francisco En Su Visita A Japon

“Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo” (Sal 122,8)

Dios de misericordia y Señor de la historia, a ti elevamos nuestros ojos desde este lugar, encrucijada de muerte y vida, de derrota y renacimiento, de sufrimiento y propiedad.

 

Quisiera humildemente ser la voz de aquello cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz.


Co convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas... ¿Cómo podemos hablar de paz mientras construimos nuevas y formidables armas de guerra? ¿Cómo podemos hablar de paz mientras justificamos determinadas acciones espurias con discursos de discriminación y de odio?


Estoy convencido de que la paz no es más que un “sonido de palabras” sino se funda en la verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, sino está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad.


La construcción de la paz en la verdad y en la justicia significa reconocer que “son muchas y muy grandes las diferencias entre los hombres en ciencia, virtud, inteligencia y bienes materiales”, lo cual jamás puede justificar el propósito de imponer a los demás los propios intereses particulares.


Recordar, caminar juntos, proteger. Estos son tres imperativos morales que, precisamente aquí en Hiroshima, adquieren un significado aún más fuerte y universal, y tienen la capacidad de abrir un camino de paz. Por lo tanto, no podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno; un recuerdo expansivo capaz de despertar las conciencia de todos los hombres y mujeres, especialmente de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones, una memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!


Precisamente por esto estamos llamados a caminar juntos, con una mirada de comprensión y perdón, abriendo el horizonte a la esperanza y trayendo un rayo de luz en medio de las numerosas nubes que hoy ensombrecen el cielo. Abrámonos a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanos de un destino común...


En una solo súplica abierta a Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en nombre de todas las víctimas de los bombardeos y experimentos atómicos, y de todos los conflictos, desde el corazón elevemos conjuntamente un grito: ¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz a nuestros días, en este mundo nuestro. Dios, tú nos lo has pedido: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo” (Sal 84,11-12).


Ven, Señor, que es tarde y donde sobreabundó la destrucción que hoy también pueda hoy sobreabundar la esperanza de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor, Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!


 

 

 

“Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo” (Sal 122,8). 

 

 

 

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