¿Cómo sería nuestra vida
si creyéramos de verdad en
la segunda venida del Señor?

Comenzamos un nuevo Año Litúrgico y, con él, un nuevo Adviento: es un tiempo de gracia y esperanza; un tiempo para estar vigilantes, para descubrir la presencia de Dios y su fuerza salvadora. Hemos de estar, así, dispuestos y dispuestas a reconocerle el día de su última venida.

Muchos siglos atrás un rabino preguntó a sus alumnos si sabían cuando terminaba la noche y comenzaba el día.

 

Un alumno sugirió –"cuando ves un animal en la distancia y puedes decir si es una oveja o una cabra".

Otro dijo –"cuando ves un árbol en la distancia y puedes decir si es un manzano o una higuera".

Cada uno de sus alumnos iba dando respuestas parecidas y ninguna parecía satisfacer al maestro.

Éste les dijo-"amanece de verdad cuando miras a la cara de cualquier ser humano y ves en esa cara el rostro de tu hermano o tu hermana, si no ves esto, sea la hora que sea, para ti es todavía de noche".


¿Qué visión alimenta nuestro caminar cristiano?

En este primer domingo de Adviento, nosotros dirigimos nuestra mirada al futuro.


Adviento es tiempo de espera.

A la hora que menos lo pienses y de la manera más imprevista, te encontrarás de nuevo con Él.

¿Cómo sería nuestra vida si creyéramos de verdad en la segunda venida del Señor?


Adviento es tiempo de despertar, vigilar y esperar.

¿Cómo debemos esperar al Señor?


Pablo nos aconseja: "Revestíos del Señor Jesús".

Revestirse del Señor es una invitación a vivir un estilo de vida que ciertamente tiene su precio.

Revestirse del Señor Jesús es también pensar: ¿Cómo actuaría Jesús? ¿Cómo debo actuar yo en nombre de Jesús? No puedo acertar si no tengo una relación de confianza y de amor con Él.


Tenemos que despertar. Dios nos vuelve a dirigir su Palabra entrañable de Padre. Esa Palabra nos invita a hacer la experiencia de la esperanza en medio de la duda que nos envuelve y el miedo que nos acosa. Por eso, el evangelio nos anima a permanecer despiertos y despiertas y a leer con atención los signos de su venida, pues no conocemos el día ni la hora.